miércoles, 14 de marzo de 2012

El Pera el niño delincuente de Getafe

La historia de 'El Pera',el niño delincuente
de Getafe

La vida de Juan Carlos Delgado, ‘El Pera’, que con nueve años lideraba una pandilla criminal que robaba coches y tiendas y con 11 años ya tenía 150 antecedentes policiales, ha sido llevada al cine por Miguel Albaladejo en la película ‘Volando voy’. Juan Carlos se reformó y ahora, con 36 años, es asesor de conducción de la Guardia Civil.



 Una marcha de menos, una frenada de más, y se va todo al carajo. Los alrededores de la Plaza Colón, llenos de coches. ¿Qué hacemos, 'Pera'? Al chaval no le atenaza el miedo. Atisba una posibilidad. Es una locura, pero mete cuarta y tira millas por el bulevar. Las sillas de las terrazas vuelan, la gente grita. Ya en Cibeles, no hay tridentes en el retrovisor. Camino libre al sur, a su casa, a Getafe, un municipio periférico como tantos otros de Madrid, donde emigrantes de Castilla amordazan su vida en el tajo, de sol a sol, para poner el pan sobre el mantel. 

 Barrio obrero. Pobreza orgullosa de castellanos que en los finales de la dictadura marcharon a la capital a la búsqueda de quién sabe qué. El salario de su padre, Juan, obrero, trabajador de todo y de nada, apenas da para alimentar a la familia. Cinco niñas, mujer, y 'el Pera', el primogénito, un renacuajo de 1,50 metros con melena, al que ya entonces no le gustaba ir con su padre a ver al 'Geta' y que ya no se dejaba vestir con la camiseta del Athletic de Bilbao que le regalaron por Reyes. Iba al cole a apenas 100 metros de su casa, al C.P. San José de Calasanz. Ir, iba, pero en cuanto su madre le dejaba en la entrada y desaparecía, él desaparecía también.

 Amedrentaba, robaba, maleaba por las calles con sus colegas, todos mayores que él, algunos con 20 años. Pero él era el líder. Nadie conducía como 'El Pera'. Todos sus planes salían bien. Robar era su manera de gritar esperanza. "Yo no entendía por qué la gente tenía abrigos buenos, coches, bibicletas y yo no. Yo era un chorizo. Creía que todo era mío, por eso cogía las cosas prestadas", dice ahora con sorna a sus 36 años, después de dar varios sopapos a la muerte, esa que ya llamó a filas a todos sus compañeros de fatigas, drogas o cárcel mediante. 

¿Fuiste niño alguna vez?. 'El Pera' duda. "Yo creo que sí, al menos hasta los seis. Ahí me convertí en adulto", responde.

Con sies años llevó a cabo sus primeros robos en un campamento juvenil de Buitrago de Lozoya. A los siete, mangaba en el 'super' de la época, el Simago. A los ocho, amedrentaba al barrio y los alrededores en busca de 'chupas' y bicicletas, en verdad de todo aquello con un poco de valor. Las tiendas y los coches eran su objetivo a los nueve. A los diez se atrevió con los bancos. Siempre con las armas descargadas. Era su norma. De ser 'trincados', sería menor la penitencia. Puso en jaque a la Policía del sur de la capital. A los 11 tenía ya 150 antecedentes policiales. "Vivía al filo de la barbarie", dice ahora. Era una espiral maldita.


 1979. El teléfono suena una noche cualquiera en la casa de los Delgado, un segundo piso alquilado de la calle San José de Calasanz. Es la Guardia Civil. Preguntan por los padres de Juan Carlos. Juan se viste y va a la comisaría de Leganés, resignado. "Era incorregible. No sabíamos qué hacer con él. Yo les decía a los policías que tenían que hacer algo con mi hijo, pero era menor. Ningún castigo servía. Le compré una vez un balón y me prometió que iba a ser bueno, pero a los dos días ya estaba otra vez", dice Juan, ahora jubilado. Alguna vez, lleno de rabia, les llegó a escupir a los agentes: "Ojalá os lo encontréis algún día muerto".

Gracias a su hijo, conoció comisarías y garitas de la Guardia Civil no sólo de Madrid. Albacete, Guadalajara, Toledo..."Un día desapareció seis días y seis noches. Habían robado en una casa de Toledo. Los tenían detenidos. Ninguno de la banda quería cantar, pero al final un agente les oyó cuchichear y consiguieron un número de teléfono. Tuvimos que ir a buscarlo allí en autobus de línea. Lo hemos pasado muy mal. No es contarlo, eso hay que vivirlo", recuerda Juan.
La casa de la familia de 'El Pera', en Getafe, donde Juan Carlos vivió hasta 1981.
Fueron cinco años de lágrimas en el café del desayuno, de gritos a la hora de la cena, de cuchicheos en el barrio. Mira, por ahí anda 'la Pepita', la madre de 'El Pera'. Una familia destrozada. No había solución. "Yo entonces hubiera sido feliz con que se convirtiera en una persona normal. Obrero, electricista, me daba igual, pero que fuera normal". Juan Carlos no lo veía. Estaba bien como estaba. Era el rey.
Sus profesores del San José de Calasanz le recuerdan como un "líder nato, uno de esos chicos que tenía que ser el jefe". Repitió varios cursos. Sus notas estaban llenas de Insuficientes. Conchita, todavía profesora en el colegio, le tuvo como alumno en una clase especial para chicos revoltosos, potenciales delincuentes. "Estaba desnutrido, con el pelo revuelto. Era listo. Apenas sabía leer, pero siempre quería repartir los cuadernos. Le daba codazos a sus compañeros para que le dijeran qué cuaderno era el suyo", dice con la sonrisa en la boca. "Nosotros pensábamos que era imposible rehabilitarlo. Robaba coches e iba a toda velocidad por el barrio. Como era tan pequeño, no se le veía", recuerda

                                         
La Ciudad de los Muchachos en Leganés, donde el joven delincuente experimentó su metamorfosis imposible.
Hasta que un día, cuando 'El Pera' tenía 11 años, apareció Alberto Muñiz, que dirigía el CEMU, la Ciudad de los Muchachos de Leganés, un centro experimental para chicos desahuciados, huérfanos y delincuentes para los que los correccionales se quedaban pequeños. Alberto, el 'tío Alberto' como le llama 'El Pera', le cogió de la pechera y suavemente, sin grandes broncas, le hizo ver la luz al final del túnel, aquella que a 200 por hora no habría logrado siquiera intuir. "Era un niño de 10 años con mirada de 20 y vida de 50", recordaba Alberto en el libro que se publicó sobre 'El Pera' en 2002.

Dicen que 'El Pera' podría haber llegado a ser un grande de la Fórmula 1. 
Alberto confió en él. En la ciudad, en cuya garita de entrada hay todavía un poema clavado en la pared con las palabras "Puedes confiar en mí" subrayadas, le dieron cariño, se sentía parte de algo grande, fuera de la delincuencia y Alberto le dejó hacer lo que mejor sabía hacer: conducir. "Alberto fue mi Dios en la Tierra", asegura ahora Juan Carlos. Iba a clase, aprendió un poco de todo y sobre todo, siguió pisando el acelerador, hasta que con 21 años se proclamó campeón de España de Fórmula Renualt. Por el retrovisor ya no había agentes de la Benemérita, siquiera había ya retrovisor. La metamorfosis imposible de un pillo incorregible se hacía realidad.


Antes de la redención del CEMU, 'El Pera' se cobró su venganza. Su banda habitualmente trabajaba al mandato de un comisario de una garita cercana a su barrio. Él marcaba los robos en los sitios con menos seguridad, y luego arramblaba con casi todo el botín. Hasta que un día se la jugó a los chavales. Les tendió una trampa en Seseña, donde varios todoterrenos de la Guardia Civil les esperaban. Lograron salir de allí porque 'El Pera' era 'El Pera', pero uno de sus compañeros recibió un tiro en un hombro. Se rompió la alianza.
Un día, después de una detención, el comisario ordenó que les raparan a todos la cabeza, para dejarles marcados. Un sacrilegio a sus melenas, marcas de tipos chungos. Aquello no se le olvidó. Un día, le levantó el coche al comisario, que tenía aires de 'dandy' y le llamó horas después: "No busques tu coche. Está en el Cerro de los Ángeles. Lo he quemado". La venganza se mascullaba en las volutas de humo, cielo arriba.

Repantigado en un sillón del CEMU, donde ahora sigue trabajando y viviendo, 'El Pera' enumera sus numerosos trabajos actuales. Es piloto probador de coches, colabora en diversas publicaciones de motor, participa en programas de radio y de televisión especializados en automovilismo y pertenece a la Junta Directiva de la CEMU en la que colabora activamente. "Y por supuesto, sigo siendo vividor", remacha Juan Carlos. 

Ahora en su barrio, ya jubilado, donde sigue oliendo a pueblo y los menús valen seis euros, todos recuerdan al muchacho de mirada pilla y pinta de desahuciado. Él se sigue dejando caer por casa o va al Bar Salamanca, donde suele parar su padre. "Era un trasto. A su familia le traía loca", recuerda un vecino. Otro habla de cuando, aun conociéndole, atracó a los invitados de la boda de una prima suya. Algunos comentan las trampas que hacía jugando con los cromos de muy chiquitín, o los avatares con su 'novia-madre' Begoña, 20 años mayor que él, y a la que llegó a pegar por "habérsela jugado" un día. Casi todos recuerdan el escondrijo donde guardaba el botín de sus robos, una casa derruida vecina a la suya. "Cuando me contaron dónde estaba lo que robaba, fui a cogerlo y lo devolví a la comisaría. Sus amigos me amenazaron, pero había que devolverlo", explica Juan

Hace pocos años conoció en el circuito de Barcelona al director general de la Guardia Civil, Santiago López Valdivielso, al gran jefe del circo policial al que trajo en jaque décadas atrás. Nada más verle, 'El Pera', con esa chulería del castellano convertido en castizo por los aires capitalinos, le espetó: "Yo sé quién es usted, pero usted no sabe quién soy yo". Valdivieso quedó desconcertado. Pidió que le investigaran. Horas más tarde, Valdivieso se le acercó: "Ya sé quien es usted. De pequeño ha sido un niño malo". Y cosas de la vida, se convirtió en su asesor personal y comenzó a dar clases de conducción evasiva a miembros del Instituto Armado.

De casta le viene al galgo. Su padre, mientras atendía al periodista horas antes de acudir a los Cines Kinépolis al estreno de la película que ha realizado Miguel Albaladejo basándose en la vida de Juan Carlos, titulada 'Volando Voy', iba con desparpajo andando por una calle de su barrio. Hacía fresco, pero quería salir en las fotos "sin la zamarra". Ante la mirada sorprendida de un vecino, le suelta: "Ya ves, Manolo, voy ya con la ropa quitada porque me espera una por ahí, así puedo llegar y... machacaaar". Lo dice con los músculos de la cara agarrotados, la misma expresión chulesca que su hijo solía y suele poner. De tal astilla, tal palo. Es 'El Pera', quien quiera que le pille. No podrá. Se escapó hace tiempo ya.

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